10 de junio de 2007

Una Madre, una hija buena y otra pindonga



Los orígenes de la ciencia y sus cualidades

            La ciencia es una parte importante de nuestro conocimiento y nuestra cultura actuales, tanto que, para algunos países del oriente, la ciencia es la religión de occidente. Y quizá tengan razón, nosotros hoy en lugar de construir catedrales construimos parques de las ciencias como catedrales (véase el “Príncipe Felipe” de Valencia. En su interior podría caber la catedral de Burgos)

            Los científicos tienen el mismo objetivo que los filósofos: buscar la verdad. En la historia, primero fueron los filósofos que creyeron que podrían comprender cómo era este mundo en que vivimos, y cómo somos nosotros mismos, utilizando la racionalidad, eliminando mitos y creencias sin fundamento. Aplicando esta racionalidad de forma extrema la filosofía parió su primera hija: la matemática, con Pitágoras, Thales, Euclides. La matemática es hoy una parte de nuestra cultura sin la cual no podría entenderse nuestro mundo actual, ni tampoco la ciencia.

            Pero ocurrió que cada uno de los grandes filósofos de la Época Clásica se hizo su propio Sistema del Mundo en el que se respondía, de forma racional y lógica, a todas las grandes preguntas del hombre: ¿Quién soy yo? ¿Por qué y para qué estoy aquí? ¿Cómo es el mundo? Podríamos decir que cayeron en una especie de incontinencia intelectual, haciéndose preguntas indebidas. Por lo que acabaron en una especie de Torre de Babel donde cada uno dio una explicación diferente y con frecuencia contradictoria. Y no había forma de saber quién tenía más razón.

            Mucho, mucho tiempo después, en el siglo XVI, en pleno Renacimiento, las gentes encontraron por fin un método para saber cuándo nuestro pensamiento es digno de confianza, o no. El truco es muy fácil: preguntárselo a la Naturaleza. Si la Naturaleza lo aprueba, lo podemos dar por válido; pero si lo rechaza, nosotros también lo olvidaremos, como olvidamos nuestros sueños. Esta contrastación con la Naturaleza es lo que los científicos llaman experimento. Y este modo de pensar en que uno puede inventarse las fantasías más grandes imaginables (como que el espacio y el tiempo se pueden alargar, encoger o retorcer, según cómo los miremos) pero nunca las da por válidas hasta que la señora Naturaleza concede su permiso, se llama método científico.

            Podríamos decir que la Ciencia fue la segunda hija de la Filosofía. Una hija, por cierto, bastante respondona y maleducada, que le gusta criticar a su madre, la filosofía, y que no respeta ni siquiera el criterio de autoridad, ni de su madre, ni de nadie. Estas cosas tan feas nunca las hizo su otra hija, la Matemática. Dicen los científicos que ellos sólo aceptan la verdad legalizada por la experimentación. Pero yo me temo que dicen estas cosas para justificarse por su feo comportamiento.

            Además, los primeros científicos de los siglos XVI y XVII, Galileo, Newton, y otros muchos, descubrieron otra cosa genial de la que ellos mismos casi no eran conscientes: que, para avanzar en el pensamiento científico, uno sólo debe hacerse aquellas preguntas a las que pueda responder. Así por ejemplo, si Galileo en el siglo XVI se hubiera preguntado por las deformaciones del espacio y el tiempo, habría sido un tonto, porque ni él ni nadie podría responder a eso en aquella época. Pero cuando, a principios del siglo XX, se las formuló Einstein, sí que pudo hacerlo y llegó a unas conclusiones igual de fantásticas: como que si él pudiera cabalgar sobre un fotón, entonces su reloj se detendría, y él no envejecería, ya que a la velocidad de la luz el tiempo no fluye. Después otros científicos, que no lo creían, se lo preguntaron a la Naturaleza, muchas veces, con experimentos muy diferentes, y la Naturaleza siempre respondió: “¡que sí, que sí, que es verdad… aunque os cueste creerlo!”

            El pobre Galileo, en aquella época, pensó que “sólo” sería capaz de poner en claro cómo se mueven las cosas y cuántos errores había cometido en ello Aristóteles, y lo logró.  Llegó a comprender que las cosas se mueven por sí mismas y que no hay que empujarles para ello, como pensaba Aristóteles. Que nadie tuvo que empujar a la Luna para que se moviera. Incluso fue capaz de comprender que aunque nosotros veamos que el Sol y las estrellas recorren nuestros cielos cada día, puede ser también que estén completamente quietos y que seamos nosotros los que nos movemos. Descubrió así lo que hoy llamamos el Principio de Inercia y la Teoría de la Relatividad (Einstein lo “único” que hizo fue ampliarla). Galileo, como Einstein, sólo se hicieron las preguntas que fueron capaces de responder. Bueno, la verdad es que también se hicieron otras a las que no alcanzaron, ¡y es que todos somos humanos! Pero, al menos, tuvieron la sensatez de no afirmar nada sobre ellas.

            Los filósofos, en cambio, siguen haciéndose preguntas que ni ellos ni nadie pueden responder, como ¿quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí?

            Pudiera parecer que el pensamiento científico es entonces muy limitado. A este paso ¿cuándo podremos hacernos las preguntas de los filósofos? Bien, esto es algo que nunca debes preguntarte, puesto que hoy todavía queda muy lejano. Pero no creas, el pensamiento científico no es limitado, lo que ocurre es que la Ciencia se construye ladrillito a ladrillito, generación tras generación. Es un trabajo de hormigas, de inmensos hormigueros. Si Galileo levantara la cabeza, no podría creer las cosas que hoy sabemos gracias a los cimientos que él, y otros cuantos como él, plantaron en su día.

            El conocimiento científico tiene otro aspecto que es el que menos les gusta a los estudiantes: aquí todo se expresa en lenguaje matemático (ya Galileo insistía en que la Naturaleza tiene una estructura matemática) Para averiguar cómo funciona la Naturaleza, y nosotros mismos, como parte de ella que somos, hay que esforzarse mucho, trabajar muchísimo y con mucho rigor. La Naturaleza es muy egoísta y no nos deja que le arranquemos sus secretos fácilmente, se necesitan mentes muy firmemente preparadas, con mucha imaginación y con muchos deseos por alcanzar una verdad, aunque sea pequeñita.

            Y pese a que avanza pasito a pasito, gracias a la ciencia y a la tecnología que se deriva de ella, y que, desde el telescopio de Galileo, se hicieron amigas inseparables,  hoy nos sobra la comida, los vestidos, tenemos coches y casas, y podemos dedicar toda nuestra juventud a aprender y a divertirnos. Y estamos más sanos, vivimos más años y somos más altos y más guapos que fuimos nunca. Antes de la ciencia la gente trabajaba de sol a sol sólo para poder comer, y no siempre lo lograba, además de pasar sus vidas comidos por los piojos, las pulgas... Como sigue pasando en los países que, por desgracia,  aún se encuentran alejados de este conocimiento.

            Por fortuna, la ciencia tiene unos valores hermosos, como que todos los descubrimientos científicos y todo el conocimiento científico acumulado a través de sus cuatro siglos de existencia están publicados, y se siguen publicando para que todo el mundo tenga acceso a él. De modo que, todo el que lo desee, y esté dispuesto a hacer el esfuerzo necesario, podrá comprenderlo y aplicarlo en su beneficio.

            Así que, aunque podamos considerar a la ciencia como una hija pindonga de la filosofía, no se porta nada mal con el resto de la gente.

Manuel Reyes