9 de diciembre de 2009

Masa, cantidad de materia y cantidad de sustancia

Conceptos químicos y transposición didáctica

Newton y Einstein
   La química tiene como objeto estudiar la naturaleza, composición y transformaciones de la materia.

Pero ¿qué es la materia?

Al igual que ocurre con el espacio, el tiempo o la energía, hasta el momento no hay posibilidad de encontrar una definición que clarifique su esencia, y por consiguiente solemos definirla por sus propiedades. A veces incluso por su interacción con nuestros sentidos: Materia es todo aquello que captan nuestros sentidos. Lo que lejos de aclarar nada, más bien introduce nuevos elementos de confusión.

La materia tiene muchas propiedades pero no cabe duda que las dos más generales son la extensión y la inercia. Y en su virtud podemos definirla: Materia es todo aquello que tiene extensión e inercia.

Pero si además de definirla, intentamos medirla, la extensión se hace de compleja interpretación, especialmente cuando nos referimos a los gases, mucho más aún cuando nos referimos a partículas elementales como átomos o electrones; su determinación se hace tanto más difícil e imprecisa cuanto más elemental es el nivel de la partícula.

Si duda la inercia es la propiedad más idónea para establecer un sistema sencillo y preciso de medida de la materia, aunque la simplicidad es más bien aparente. Podríamos definirla así: "Inercia es la propiedad de la materia por la que un cuerpo opone resistencia a ser acelerado".

El principio de inercia de Galileo y, posteriormente, la primera ley de la dinámica de Newton no son más que un reconocimiento explícito de la importancia de esta propiedad de la materia para la comprensión del movimiento. Decía Newton: "Todos los cuerpos perseveran en su estado de reposo o de movimiento uniforme en línea recta, salvo que se vean forzados a cambiar ese estado por fuerzas impresas (exteriores)".

Y la segunda ley, también llamada Principio Fundamental de la Dinámica, no hace sino establecer la forma en que la inercia puede ser medida: "Cuando a un mismo cuerpo se aplican diferentes fuerzas adquiere distintas aceleraciones, pero la relación f/a es siempre constante". A esta relación constante la llamamos masa

Algunos autores, e incluso el Diccionario Esencial de las Ciencias de la Real Academia de Ciencias española, la adjetivan de masa inerte, como si la masa pudiera ser otra cosa que la medida de la inercia. Estos resultados, en mi opinión, deberíamos expresarlos hoy así: "la materia tiene una propiedad que es la inercia y para medirla hemos definido una magnitud que es la masa (m = f/a), y una unidad que es el kilogramo".

Sin embargo, al expresarlo de este modo, aparecen concepciones contrarias a las ideas de Newton.


Cantidad de materia

La materia está constituida por átomos de diversas clases que integran millones de moléculas y éstos a su vez formados por electrones, protones, neutrones, y los nucleones por quark.

Pero ¿cómo podríamos medir la cantidad de materia que contiene un sistema?

No cabe duda que la masa parece una magnitud bastante adecuada para ello: la masa es proporcional a la cantidad de materia puesto que a mayor cantidad de materia mayor inercia tendrá el sistema. Es tan adecuada que desde hace mucho tiempo se las confunde. Suele decirse: “masa es la cantidad de materia que tiene un cuerpo”. Este error viene de las definiciones de Newton: "Definición Primera. La cantidad de materia es la medida de la misma, surgida de su densidad y magnitud conjuntamente". Y más adelante añade: “Es esa cantidad la que en lo sucesivo menciono bajo el nombre de masa o cuerpo. Lo mismo se da a conocer mediante el peso de cada cuerpo: pues la masa es proporcional al peso, como he descubierto por experimentos muy precisos con péndulos, …

A mi modesto entender parece claro que Newton mide la cantidad de materia mediante la masa, y obtiene el valor de la masa a partir de la densidad y el volumen: m = d · V, y no a partir de la relación f/a de su segunda ley.

La idea de inercia en Newton es algo extraña: Definición tercera. "La fuerza ÍNSITA (innata) de la materia es un poder de resistencia de todos los cuerpos, en cuya virtud perseveran cuanto está en ellos por mantenerse en su estado actual, ya sea de reposo o de movimiento uniforme en línea recta.” Identifica a la inercia con una fuerza propia de los cuerpos, con una especie de fuerza de reacción, pero también aclara que entre inercia y masa sólo hay diferencia por el modo de concebirlas. “Esta fuerza es siempre proporcional a su cuerpo (masa), y solo difiere de la inactividad de la masa por el modo de concebirla. Debido a la inercia de la materia, un cuerpo no abandona sin dificultad su estado de reposo o de movimiento. Por lo cual esa VIS ÍNSITA (fuerza innata) puede llamarse muy significativamente VIS INERTIAE, fuerza de inactividad. Pero un cuerpo sólo ejerce esa fuerza cuando otra fuerza impresa en él trata de alterar su estado…


Curiosamente cuando enuncia su segundo principio no menciona a la masa, ni a la inercia, ni a la cantidad de materia, en ningún momento: “Ley II. El cambio de movimiento es proporcional a la fuerza motriz impresa y se hace en la dirección de la línea recta en la que se imprime esa fuerza.”

¿Hemos de mantener hoy las concepciones de Newton sin alteración?

Parece evidente que no. Las concepciones han cambiado y las Teorías de Relatividad han modificado en profundidad algunos conceptos, pero es sorprendente la gran inercia que las ideas, bien asentadas de antiguo, presentan al cambio conceptual.

La cantidad de materia no deberíamos identificarla con la masa (ni con la inercia). Masa es un concepto definido mediante una expresión matemática, por tanto no se corresponde con una imagen concreta y es la materia, de una clase determinada (hierro, madera, piedra, agua, etc.), lo que tenemos in mente cuando evocamos la imagen de masa (Babor 1970). Lo correcto, en el ámbito de estas concepciones antiguas, sería decir: la cantidad de materia de un cuerpo viene medida por su masa. El Diccionario de la RAC, antes mencionado, define la masa así: “Magnitud física fundamental que expresa el contenido en materia de un cuerpo”.

Nosotros pensamos, sin embargo, que habría que hilar más fino y que sería más preciso decir: "Masa, magnitud física fundamental que mide la inercia de un cuerpo". Y esto es así porque la época en la que se creía que la masa era constante y que la energía era algo etéreo ya es antigua. Hace ya tiempo que sabemos que la masa de un sistema no depende sólo de la cantidad de materia presente (en reposo, mo), sino de la velocidad (v) con que se mueve, de la temperatura a que se encuentra y, en general, de la energía que contiene.
Cuando un kilogramo de hierro se calienta de 0 a 100 ºC su masa se incrementa en 5,1·10^-10 gramos, pese a que, evidentemente, su cantidad de materia no ha variado. Datos semejantes podríamos añadir si en lugar de hacerse la medida de la masa por un observador en reposo con relación al bloque de hierro lanzáramos el bloque a 3 o 4 mil m/s. También en este caso habría un incremento de inercia (y por tanto de masa) que no se correspondería con la constancia de la cantidad de materia del sistema. Dicho en otros términos; no solamente la materia tiene inercia, la energía también la tiene (Feynman 1971), por tanto cuando medimos la masa de un sistema estamos midiendo la cantidad de materia que contiene y la energía que, de alguna forma, está integrada en ella. Según Einstein:

Lo que él interpreta así: “La masa de un cuerpo es una medida de su contenido de energía”, a lo que añade: “Si la teoría (de la Relatividad Especial) responde a los hechos, la radiación transmite inercia entre los cuerpos emisores y absorbentes”.

Utilizar la masa para medir la cantidad de materia de un sistema es una forma burda que sólo dará resultados admisibles en ciertas condiciones (reposo o bajas velocidades y bajos contenidos en otras energías).


Cantidad de sustancia

Toda la problemática expuesta afectará, lógicamente, a las medidas en química. Con la dificultad adicional, típica de esta materia, de que para comprender los cambios químicos no solo es necesario medir la cantidad de materia que interviene, y la energía implicada en el cambio, sino, además, el número de partículas involucrado.

La primera de las leyes químicas, la de Lavoisier, sólo medía y relacionaba las masas (que incluso no diferenciaba de los pesos), y otro tanto ocurrió con las otras dos leyes ponderales. Pero fueron unas leyes inescrutables, oscuras, hasta que Dalton comprendió que la materia estaba formada por átomos (lo que quizá constituya el mas productivo descubrimiento de toda la ciencia hasta hoy) no se logró comprender las claves de los cambios químicos. Las relaciones descubiertas posteriormente por Avogadro entre el número de partículas y la masa de las sustancias, permitieron finalmente elaborar las magnitudes necesarias para medir con precisión estos cambios.

El mol es la magnitud por excelencia de la química, que viene de la molécula-gramo y del átomo-gramo y otras magnitudes similares como el equivalente-gramo, hoy desaparecido por innecesario. La sobreabundancia de magnitudes, en cierto modo redundantes, dio pie a la toma de acuerdos internacionales para aclarar el panorama. Finalmente la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC) acuerda definir una nueva magnitud: la cantidad de sustancia y una unidad: el mol. Su definición puede encontrarse en cualquier libro de texto, y también, como no, en el Boletín Oficial del Estado español que aceptó el Sistema Internacional (S.I.) de unidades en España, BOE 264 Real Decreto 1317/1989, de 27 de octubre:

1.1.6. "Unidad de cantidad de sustancia: mol (mol).- El mol es la cantidad de sustancia de un sistema que contiene tantas unidades elementales como átomos hay en 0,012 kilogramos de carbono 12"
Cuando se emplee el mol deben especificarse las entidades elementales, que pueden ser átomos, moléculas, iones, electrones u otras partículas o grupos especificados de tales partículas (14ª Conferencia General de Pesas y Medidas, 1971 res. 3.)

Esta definición, tan precisa como barroca, ha producido una no desdeñable confusión en medios educativos. Prueba de ello es el número de artículos que han aparecido en las revistas de didáctica de las ciencias. Sin embargo después de leer algunos de ellos el profesor puede encontrarse aún más confundido que antes porque en lugar de esclarecer los términos y dar consejos respecto a su transposición didáctica, muchos de estos autores se limitan a censurar severamente a los profesores de ciencias que lo aplican incorrectamente.

La “nueva” definición podría suscitar todo un rosario de interrogantes:


1. ¿Era necesaria la definición,  no viene a ser lo mismo que el antiguo concepto de molécula-gramo?

Entre la nueva definición y la antigua existe la misma diferencia que entre cantidad de materia y masa.

Así la molécula gramo podíamos definirla como:
"La masa de un NA (Número de Avogadro) de partículas de una misma sustancia".
Y el mol como:
"La cantidad de materia de un NA de partículas de una misma sustancia".

Con cantidad de materia queremos expresar la medida de la materia presente en un sistema, cualquiera que sea el método que pudiera usarse para lograrlo (método del que, en la práctica, hoy carecemos). La masa es una medida imprecisa porque mide la inercia del sistema y con ella medimos tanto su materia como su energía.


2. ¿Por qué cantidad de sustancia y no cantidad de materia? ¿Cuál es la diferencia?

En lengua española, y en el metalenguaje de los químicos, la palabra materia se refiere a cualquier porción material formada por átomos, moléculas, iones, etc., de cualquier clase. Así, podemos preguntarnos por la cantidad de materia que encierra una galaxia. En cambio cuando hablamos de sustancia utilizamos el término en el sentido de sustancia pura. Así cuando hablamos de la naturaleza de los semiconductores tipo n decimos que están formados por una sustancia, el germanio (Ge) ligeramente impurificada por otra, el arsénico (As). Un químico jamás escribiría en una receta de laboratorio: “Tómense 0,5 moles de granito y …”, por que esto carecería de sentido, el granito no es una sustancia sino una mezcla de ellas.

Al definir una magnitud química no podría hacerse de otro modo que definiendo cantidad de sustancia porque se refiere a una especie química pura, no una cantidad de materia que carece de utilidad en los cálculos químicos.No obstante es interesante constatar que en portugués la definición oficial de mol se ha traducido por cantidad de materia.


  
3. ¿Por qué “tantas unidades elementales como átomos hay en 0,012 kg de C-12”, en lugar de 6,023·10^23 (el Número de Avogadro)?
  
Esta es la pregunta que menos gente se haría ya que tiene una respuesta obvia, cuando se acomete una definición que pretende ser universal y para siempre es necesario utilizar las cantidades del modo más preciso posible. El Número de Avogadro, NA,  no se conoce con gran precisión, las últimas medidas hoy dan (6,02214179 ± 3·10^-7) · 10^23 mol^-1, pero todavía hay demasiadas cifras ocupadas por ceros. La forma en que se ha definido contempla  todas las aproximaciones que puedan irse haciendo a lo largo de muchos años.


Transposición didáctica

De poco pueden servirnos estas precisiones sobre los conceptos tratados si no somos capaces de resumirlos y adecuarlos a los distintos niveles de enseñanza. Me limitaré a resumir las que considero definiciones más aproximadas para los distintos conceptos, dejando para el profesor experto el adaptarlas a cada nivel.

MATERIA:
  •   Materia es todo aquello que tiene extensión e inercia; aunque los distintos materiales tienen otras muchas propiedades. La materia está formada por partículas, átomos, moléculas, etc.


INERCIA:
  •   Inercia es la propiedad de la materia por la que un cuerpo opone resistencia a ser acelerado. Esta propiedad también la tiene la energía.

MASA:
  •  La materia tiene una propiedad que es la inercia y para medirla hemos definido una magnitud que es la masa (m = f/a), y una unidad que es el kilogramo.
  •  Masa es la medida de la cantidad total de materia y energía que tiene un cuerpo.
  •  La masa, es una magnitud física fundamental que mide la inercia de un cuerpo y, por tanto, la cantidad total de materia y energía que contiene.

CANTIDAD DE MATERIA:
A mi modo de ver no es aconsejable utilizar este término en la enseñanza ya que no tiene una definición ni una unidad y conduce a una larga serie de confusiones. Decir que la cantidad de materia se mide por su masa es un error puesto que la masa mide la materia y además la energía.

CANTIDAD DE SUSTANCIA:
Para medir la cantidad de sustancia nos basamos en que toda la materia está formada por partículas, átomos, moléculas, etc. Y tomamos como unidad a un determinado número de partículas, precisamente el NA, y la llamamos mol.
  •  El mol es la cantidad de sustancia de un sistema que contiene tantas unidades elementales como átomos hay en 0,012 kilogramos de carbono 12. 
A mi modo de ver el mol es sólo un número de partículas iguales (átomos de sodio, moléculas de agua, etc.) y la inclusión en su definición oficial de la frase: “cantidad de sustancia que hay en un NA de partículas” es totalmente confusa puesto que parece que las partículas estuvieran "llenas de sustancia”. Una definición más clara, especialmente para niveles bajos de enseñanza, sería:
  • Mol es la unidad de cantidad de sustancia y está formado por un NA de partículas.



Manuel Reyes Camacho


Bibliografía
  • Cien años de relatividad. Por ANTONIO RUIZ DE ELVIRA. Nivola, 2003
  • The Feynman, Física, Volumen 1, por RICHARD P. FEYNMAN y colaboradores. Fondo Educativo Interamericano, 1971, Edición bilingüe. Edición original del 63 por el Instituto Tecnológico de California. Tarjeta del catálogo de la Biblioteca del Congreso de EEUU: 76-146130.
  • Química General Moderna, JOSEPH A. BABOR Y JOSÉ IBARZ AZNÁREZ, Editorial Marín, Barcelona, 1970
  • Principios Matemáticos, ISAAC NEWTON. Editorial Altaya, colección Grandes Obras del Pensamiento, Barcelona 1994
NOTA: Este artículo fue publicado por la revista QeI, Química e Industria, de la Asociación Nacional de Químicos de España, ANQUE, Nº 586 de diciembre 2009.

28 de agosto de 2009

Los bulos de la NASA



Celebramos el aniversario de la conquista de la Luna y, los que somos suficientemente viejos, caemos fácilmente en la nostalgia de aquella noche mágica pegados a nuestros viejos televisores de rayos catódicos y pantallas grises, con el corazón desbocado viendo a Neil Armstron descolgarse “intrépidamente” de su escalerilla. Hoy parece un sueño. No es de extrañar que haya gente que piense en un montaje a lo George Lucas.

Pero todas las conquistas que hemos estudiado en los libros de historia han tenido una finalidad práctica: anexionarse nuevos territorios, nuevas tierras de cultivo, nuevas fuentes de energía y, especialmente, nuevos súbditos capaces de trabajar y pagar impuestos. Claro que antes se conquistaban territorios y ahora hemos pasado a la conquista de planetas; deshabitados, por el momento.

¿Para qué se conquistó la Luna?

Los testigos presenciales de la época lo sabemos bien: Para demostrar al mundo quién disponía de la mejor tecnología y la mejor ciencia, si Estados Unidos o Rusia. Era una mera cuestión de prestigio, un pulso internacional, uno más en la Guerra Fría.

Lo que nadie explicó nunca satisfactoriamente fue el misterio de que Rusia fuese siempre adelantada en la carrera espacial –primer satélite, primer animalito, primer astronauta- y sin embargo, cuando llegó la hora de la verdad se quedó atrás sin abrir el pico. Dicen las malas lenguas que tuvieron un grueso accidente, con muchos muertos, y esto les dejó atrás en la carrera. Aunque muertos hubo por ambas partes y me temo que nunca sabremos cuantos. Todo fue una aventura irracional que finalmente salió bien por puro milagro, con aquella tecnología hoy nadie se hubiera atrevido, baste recordar, como se ha comentado en estos días, que el ordenador que portaba el módulo lunar tenía menos memoria que una lavadora de hoy.

Pero el objetivo era meramente político, los logros científicos fueron insignificantes si los comparamos con el dinero invertido y el capital humano utilizado y sacrificado. Y este se unía a otro motivo casi religioso, hacer realidad la fantasía humana de poner el pié en otro astro, subir al Olimpo para jugar con los dioses, demostrar que la vida podía escapar de su azul y redonda burbuja terrestre y colonizar otros mundos.

Se podrá argüir que todo esto pertenece al país de la pura utopía, pero ¿hay algo más valorado por el hombre moderno que la fantasía?



Nadie duda que hoy, establecer allí observatorios astronómicos, especialmente en la cara oculta, y estaciones meteorológicas para vigilar la Tierra, serían una maravilla. Y no digamos cómo valorarían los militares una base fija para observar lo que ocurre en la vieja y arrugada piel del planeta. Pero todo esto es nada comparado con su precio. Realmente no hay ni un solo motivo razonable para volver. Lo que teníamos que saber de la Luna ya prácticamente lo sabemos. ¿Por qué volver?

Yo no veo otra razón que el empuje de las potencias emergentes, china fundamentalmente, y quizá Japón que, aunque ya emergiera hace tiempo, da la impresión que no se siente cómodo con el peldaño que ocupa en la escalinata del prestigio internacional. ¿Y van los Estados Unidos a permitir una reconquista china de la Luna sin estar ellos allí para darles la bienvenida?

El problema para los americanos es que con estos pobres razonamientos no se mueve la opinión pública, ni se obtiene dinero del congreso para pagar las facturas. Entonces hay que inventar algo, algo novedoso, algo misterioso, algo que la gente casi comprenda, pero que en realidad no tenga ni idea. Por ejemplo:

-¡Busquemos helio-3 en la Luna! ¡Una fuente de energía maravillosa con la que podremos alimentar nuestros reactores de fusión nuclear en el futuro!

La NASA se ha especializado desde hace años en elaborar este tipo de “mentiras verdaderas”. Son tan falsas como los anuncios de quitamanchas, igual de ininteligibles pero mucho más atractivas. De no ser por esto las fuerzas vivas de la NASA estarían ya en el paro hace tiempo.

-¡Hay agua líquida en Marte, luego puede haber vida! ¡Vayamos a buscarla!

Y no le quepa a usted la menor duda: ¡la encontrarán! Es de cajón. La hemos enviado nosotros mismos en cada una de los aparatejos enviados allí (no hay modo de esterilizarlos de modo absoluto). Luego, cuando tras largos años de controversia, “descubramos” que aquellas bacterias marcianas son primas o sobrinas del “bacilus-vacilón” y la “estealicia-coli” terrestres, ya no importará, porque estaremos en Marte. Y la Nasa estará montando otro bulo para visitar los satélites de Júpiter.

Conste que yo no critico a la NASA en esta labor trágico-cómica de tener que idear bulos atractivos a fin de obtener dinero para la investigación, lo lamentable es que haya que valerse de esos trucos para lograrlo. El dilema es que, al mismo tiempo, mi espíritu de viejo profesor no puede evitar sublevarse ante la infamia de infiltrar bulos y falsedades a la ciudadanía.

Como el que ahora han ideado para justificar el nuevo viaje a la Luna: buscar helio-3, ¡menuda estupidez!

El helio es el segundo gas más abundante del universo, después del hidrógeno. Las estrellas están formadas esencialmente de hidrógeno y como consecuencia de su “combustión” (fusión nuclear) resulta el helio como residuo que, a la muerte de la estrella se disemina por el espacio. Al helio lo podemos encontrar pues, en cualquier lugar del universo a donde vayamos, incluso ocluido en las rocas de la Tierra, la Luna o Marte. Claro que, como es un gas difícilmente licuable, lo podemos encontrar en mayor abundancia en los astros con atmósferas como la Tierra, Júpiter o Saturno. En la Luna, como no tiene atmósfera, solo podemos encontrar insignificantes cantidades ocluidas en las rocas.

En la Tierra, en cambio, tenemos manantiales de helio por doquier: en las aguas minerales, en las emanaciones volcánicas y, especialmente, en los yacimientos de gas, de donde se obtiene en cantidades industriales para nuestros usos habituales: atmósferas inertes, industria, investigación, hospitales y hasta para llenar globitos para los niños en las ferias. En la atmósfera se encuentra en una proporción de 5 ppm (partes por millón), Es decir que si estimamos el peso de la atmósfera en 6 000 billones de toneladas, en ella tendremos unos 30 000 millones de toneladas de Helio, en números redondos, de los cuales 41 000 toneladas son de helio-3.

Debemos aclarar que si bien el helio surge continuamente de la superficie del planeta, no permanece siempre en la atmósfera, porque le pasa como al hidrógeno que, debido a su escaso peso y su tremenda velocidad de movimiento, se escapa de la Tierra y se “cae” al Sol. Así que la atmósfera mantiene un nivel aproximadamente constante de He.

También hay que de decir que el helio natural tiene dos isótopos el helio-4 (con 2 protones + 2 neutrones en su núcleo) y el He-3 (2 protones + 1 neutrón), cuyas abundancias relativas son de He-4 = 99,999863% y el He-3 = 0,000137%. Como puede verse la abundancia del He-3 es muy pequeñita, pero esas abundancias relativas se mantiene aproximadamente en cualquier parte del universo, de modo que en la Luna no pueden ser muy diferentes.

Por tanto, si en la Luna no hay atmósfera, habría que sacar el He de las piedras, mientras que en la Tierra sale él solito, a chorros, en los yacimientos de gas, aparte del que hay en la atmósfera, ¿en qué consiste el negocio de buscarlo en la Luna?

Perdónenme, pero es que pienso que si a lo largo de la historia quien se ha ocupado de justificar las hazañas políticas de conquista eran el “espíritu patriótico” y las religiones, me subleva la idea de que ahora esten tomando el relevo ciertas instituciones científicas.

31 de julio de 2009

¿Encontraremos vida en Marte?



Me gustaría ampliar el comentario que, con relación a la “vida en Marte” os hacía en mi intervención anterior.

Sigo en la línea de los bulos que la NASA se ve obligada a montar para lograr el interés de la población americana, versus, obtener asignaciones dinerarias en el Congreso.

Es evidente para mí que, del mismo modo que en cualquier lugar del universo donde haya ácido sulfúrico (como en la atmósfera de Venus) y tome contacto con piedras calizas se producirá una reacción produciéndose sulfato cálcico y se desprenderán burbujitas de CO2, también allí donde se den unas condiciones fisicoquímicas y medioambientales de temperatura y fuente de energía lumínica semejantes a las de la Tierra primitiva se formarán seres vivos. Porque las leyes del universo son, como su nombre indica, universales. De modo que si aquí las piedras se caen hacia abajo (hacia el centro terrestre), en el planeta HP40j de la galaxia del Pepinillo ocurrirá exactamente lo mismo.

El único problema que plantean estas cosas no está en las leyes naturales sino en las personas sentimentales y con tendencia a la comicidad que prefieren pensar que si a su dios no se le ha ocurrido pasar por el planeta HP40j con su varita mágica, allí no habrá vida.

Según estas premisas, ¿tenemos probabilidades de que haya vida en Marte? Por supuesto que no. Por aquellas tierras se estilan unas presiones atmosféricas casi nulas, unos fríos glaciares, una ausencia de agua casi total, una radiación solar insignificante y, en fin, unas condiciones en las que si de verdad hubiera, al menos, proteínas de cadenas largas ya sería un milagrito.

Pero como existe la probabilidad, por remota que esta sea, se puede montar el chisme para dar que hablar.

El problema que esto puede plantear es, como decía más arriba, que la vida la aportemos nosotros mismos, lo que generaría un escándalo que me temo no sería solo científico. Si acabamos descubriendo caracoles en Marte vamos a montar una marimorena de mantimplazos a báculo tendido que ni te cuento.

Y, aunque a mi me resulte simpático plantear el problema en plan cómic, la cosa no tiene mucha gracia porque podría frustrar una posibilidad de descubrir los albores de una posibilidad de vida foránea, lo que científicamente sería un crimen. Pero es que resulta prácticamente imposible eliminar todo vestigio de vida en un aparato tan complejo como las sondas que se envían a los planetas.

Cualquiera podría pensar que metiendo la navecita y sus cohetitos en un horno y dándole un buen calentón de 200 o 300 ºC estaría todo resuelto, pero no es así. Los aparatos que transportan esas naves a altas temperaturas quedarían destruidos, antes que muchas bacterias y virus. Claro que podríamos irradiarlos con una buena ducha de rayos X o de radiación gamma, pero ocurriría otro tanto. Los circuitos de un chip quedarían destruidos por estas radiaciones fuertemente ionizantes.

En una palabra, lo que mata la vida también aniquila a nuestros aparatos electrónicos de medida y de control.

¿Cómo lo hacen los chicos de la NASA? Pues con muuucho cuidadiiiiito, pero sin ninguna garantía definitiva de esterilidad total. Esto supone un problema técnico, en apariencia banal, pero esencial para el resultado final del experimento. Para averiguar si allí hay algún vestigio de vida lo primero que habría que haber hecho es no permitir que ningún aparatejo hubiera tocado suelo marciano. Pero, me dirán ustedes, ¿entonces cómo se descubre si en Marte hay caracoles?

La verdad es que la cosa es bastante complicadilla porque a donde llega la vida, lo “infecta” todo de vida. Si allí hubiera marcianos podríamos averiguarlo por sus gritos, sin posarnos en su suelo para no “regalarles” una colección de virus que los aniquilaran a todos, como ya hicimos (sin saberlo) con los indios americanos en el 1492. Pero si solo hay “caracoles” va ha resulta complicadillo. Menos mal que en Marte, casi con toda seguridad, no hay vida.

Podríamos decir que la hazaña de buscar vida allí va a resultar punto menos que imposible, salvo que tuviéramos la “suerte” de que fuera muy distinta aquella de la nuestra. Pero ¿por qué razón va a ser diferente?

Como puede verse, nuestro avance en el conocimiento científico no solo se enfrenta a problemas técnicos casi insuperables, además ha de lidiar con la opinión pública y con los intereses de los políticos de la época.